“Nada le provoca. Todo es mañé. Siempre tiene cara de fastidio. No habla. Nosotros somos retrógrados. Se queja de que no lo entendemos. Por nada del mundo puedo darle un beso delante de sus amigos y mucho menos llamarlo mi bebé. ¡Qué le pasó a mi niño! Es mi hijo y todo doctora, pero a veces me provoca estrangularlo”

Esta es la narración de una de las tantas madres consultantes, que se encuentran totalmente agobiadas por el arribo de la adolescencia a la vida de sus hijos. Y es que sin lugar a dudas, esta etapa es una de las más complejas del ciclo vital. De allí que con frecuencia suelo, de forma jocosa, nombrarla no como adolescencia, sino como “aborrecencia”.

Ahora bien, en tus manos está, que este estadio en la vida de tus hijos, se convierta más en un desafiante reto, que en una insufrible pesadilla. ¿Cómo? Te invito a tener en cuenta estas cuatro recomendaciones.

Hazle el duelo a tu “niño” y dale la bienvenida a tu adolescente. Esta es sin duda una de las tareas más complejas para los padres: comprender que su hijo ha crecido y que está abandonando una de las etapas de la vida, para adentrarse en la siguiente. Sé que lo tuviste en el viente, sé que lo viste crecer, sé que lo acompañaste en sus primeros pasos, sé que le enseñaste a comer, sí. Todo esto lo sé. Y por supuesto nadie le ama y le conoce como tú. Pero comprende por favor que ya no es un niño: ¡es un adolescente! Este es el ciclo de la vida y todos pasamos por él.

No compitas por su afecto ni te sientas amenazado por sus amigos o pares. Uno de los grandes dolores de los padres de adolescentes es: “ya no le importamos”, “prefiere a sus amigotes que a nosotros”, “ni siquiera puedo abrazarlo ni besarle públicamente”. Mi querido papá, mi querida mamá: por más adolescente que sea, tú siempre serás su padre, su madre. El lugar que tú ocupas en su corazón es irreemplazable; pero comprende que en esta etapa de su desarrollo, sus prioridades cambian. Cuando éramos niños, lo más importante en nuestra vida eran nuestro padres; eran nuestros héroes y heroínas. Pero cuando somos adolescentes, los pares, es decir, los iguales, los amigos, se convierten en los referentes más importantes para los chicos. Lo que tu hijo busca no es ignorarte a ti. No. Lo que está buscando es ser aceptado por su grupo de iguales. Y créeme, cuando tú públicamente lo llenas de besos y le gritas “mi bebé” no solo le estás negando esa aceptación, sino que por el contrario, lo estás lanzando a la jungla despiadada de la burla y el ridículo. ¡No compitas por su afecto! Déjalo sentirse grande delante de sus iguales, y cuando llegue a casa, te desquitas con tus besos. Eso sí, prepárate para sus muecas y remilgos.

Comprende sus cambios e inseguridades. ¿Has escuchado el refrán “ni soy de aquí, ni soy de allá”? Pues eso es precisamente lo que tu adolescente está viviendo. No es lo suficientemente pequeño para ser considerado un niño. ¡No! Por el contrario, tiene toda la madurez hormonal y biológica para considerarse un adulto. ¡Pero no lo es! Porque carece de la madurez psicológica y emocional para asumir las responsabilidades de este. ¡Ni es de aquí, ni es de allá! ¿Te imaginas el impacto que esto tiene en su vida? Claro que te lo imaginas. ¡Tú también estuviste ahí! Lo que pasa es que solemos olvidarlo.

Fortalece un diálogo empático y una disciplina firme. Y viene el más difícil de los retos: posibilita canales de comunicación con tu hijo, donde este pueda sentirse atendido, escuchado y acogido, pero sin perder tu rol como padre, que conlleva al ejercicio de la autoridad. Quienes dicen que los padres son amigos de los hijos están cometiendo un grave error. Tú no eres el amigo de tu hijo. Tú eres su padre, eres su madre. Por tanto tu rol es formarlo, es advertirle de las consecuencias de sus actos y por ende, aplicar con firmeza esas consecuencias, pero todo esto, mediado por el diálogo y la comunicación. Es importante que tu hijo adolescente se sienta respetado y validado en sus puntos de vista. Enséñale a argumentar sus posiciones. Enséñale a tener criterio. E igualmente, prepárate para que tú puedas hacer lo mismo con él, porque te aseguro que lo vas a necesitar. El adolescente, a diferencia del niño, no obedece o ejecuta las normas por imposición, él requiere convicción; y es allí donde tú debes estar preparado. Así que escúchalo, valídalo y construyan juntos unos acuerdos de mutua ganancia, donde el cumplimiento de la norma traiga grandes beneficios (libertad, autonomía y dinero; los grandes refuerzos para los adolescentes) pero igualmente el incumplimiento de esta (la norma) tenga claras repercusiones.

Fácil no es. Tenlo por seguro. Pero si empeñas todo tu corazón y te formas para esto, podrás darte cuenta que tu hijo “aborrecente” no es otra cosa, que un ser indefenso y en construcción, que está pidiendo a gritos tu acompañamiento y formación.

Manos a la obra y que su adolescencia se convierta en tu reto y no en tu pesadilla.

Por Ps. Elízabeth Guerra Gómez, Fundadora Clínica Para La Familia

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