Cómo reconocer si tu matrimonio entró en hibernación

«Estado fisiológico que se presenta en ciertos mamíferos como adaptación a condiciones invernales extremas, con descenso de la temperatura corporal hasta cerca de 0° y disminución general de las funciones metabólicas». Esta es la definición que nos da el abuelo Wikipedia referente a la palabra hibernación, y al consultarla, no puedo hacer otra cosa que visualizar un sin número de matrimonios que conozco y que están en igualdad de condiciones.

¿Qué está pasando en nuestras relaciones de pareja que ante el invierno emocional simplemente nos adaptamos y seguimos como si nada?

No comparten, no salen, no se tocan, no se miran, no se desean, no se extrañan, no se apoyan, muchas veces incluso, ni se hablan. Pero allí están, hibernando en su matrimonio, dejando que los días pasen y perdiéndose en el intento, la posibilidad de disfrutar la verdadera bendición que es estar en pareja. Siempre lo he dicho, no sé a quién tenerle más miedo, si a los que ante el primer conflicto tiran la toalla, o a los que se quedan ahí, en un remedo de relación que hace tiempo perdió su propósito.La hibernación matrimonial es entonces, ese estado de “me quedo pero no muevo un delo” “estoy pero no estoy” “me da lo mismo ocho que ochenta”, en el que muchas parejas entran, muchas veces sin darse cuenta de ello. Por esto reconoce estas señales que te indicarán de forma clara que probablemente tu matrimonio entró o está entrando en hibernación matrimonial:

1. Los diálogos cotidianos y las demostraciones de afecto se convirtieron en algo mecánico y rutinario.

Aquello que solía ser un desborde de besos, abrazos y caricias, ya no es más que un desvanecido recuerdo traslapado con actos mecánicos carentes de significado. “Buenos días” “Hola, mor” “Qué tal” “Chao” “Nos vemos en la noche” “Que te vaya bien” “¿Cómo estás?” “¿Cómo te fue?” “Me alegro” “Qué bueno” “Sí” “No” “Bien” “Nada” “Normal” se volvieron frases de cajón, pronunciadas más por cortesía que por verdadero interés, en algunos casos acompañadas de un insípido remedo de beso, donde un par de labios áridos e inexpresivos, se encuentran más por la inercia que por el deseo y la pasión.

2. El deseo sexual se dio a la fuga, dejando a su paso resignación y frustración.

Ya la correteada en calzoncillitos por toda la casa es parte de la historia. Empezamos a disminuir la frecuencia, vino el cansancio, nacieron los niños, los dolores de cabeza, continuaron las excusas, la insistencia cedió ante la constante negativa, y de repente, sin darnos cuenta, ya ni recordamos cuándo fue la última vez que hicimos el amor (si es que al último intento se le puede llamar hacer el amor, dado que parece más el seguimiento de un guion: paso 1, paso 2, paso 3, y al final, cada uno para su esquina a dormir nalga con nalga).


3. Tiraste la toalla en tus intentos por comunicar tus deseos y necesidades.

Llegó un punto en el que después de haberlo intentado tanto, después de haber tratado, de haberte desgastado por todos los medios que encontrabas, al intentar comunicarte con tu pareja, finalmente dijiste “deje así”. Te rendiste. Renunciaste a tu derecho a hablar y ser escuchado. Tiraste la toalla al no sentirte comprendido/a y creíste, erróneamente, que lo mejor era callar y tragar, como si de esa manera las cosas se fueran a solucionar. No obstante lo único que has conseguido, es llenarte de ira y resentimiento hacia tu pareja, quien probablemente ni se ha dado por enterado/a de la “estrategia” que desde hace tanto tiempo asumiste.


4. Prefieres compartir tu tiempo con otras personas y/o cosas que no sean tu pareja.

Llámese trabajo, llámese celular, llámese fútbol, llámese Facebook, llámese amigos, llámese televisor, llámese hijos, llámese estudio, llámese iglesia, llámese como se llame, cualquier cosa o actividad es mejor que llegar a casa a verle la cara a tu esposo/a. Se perdió la delicia del compartir juntos, el disfrute por la mutua compañía, de hecho, cuando por situaciones de la vida les “toca” estar juntos, pareciera ser que se encartasen el uno con el otro, e inmediatamente debe salir el celular salvavidas, a interponerse en ese incómodo momento donde sólo tienes frente a ti, a ese ser que otrora solía ser con quien más disfrutabas tu existencia.

Entramos en hibernación matrimonial y nos acostumbramos a estar allí. Lo peor de este fenómeno es que las parejas se acostumbran a este estado, pensando que esto es el matrimonio, que finalmente a todos les pasa, y que es mejor seguir ahí, manteniendo un nombre, sosteniendo un título, alimentando una fachada. ¡Pero no es así! Eso no es el matrimonio y sólo tomando consciencia de esto podrás hacer algo diferente. Por esto evalúa hoy tu relación, detente a preguntarte ¿cómo estamos viviendo? ¿Renuncié a mis sueños de lo que era una pareja? ¿Perdí la fe en mi esposo/a y en su capacidad de crecimiento continuo? ¿Me dediqué a sobrevivir y se me olvidó vivir? ¿De qué me estoy perdiendo en mi relación? El reconocimiento es sólo el primer paso, pero por algo se inicia. 
Así que toma hoy consciencia y determina de forma vehemente salir de la hibernación matrimonial.

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