“Enséñanos a contar nuestros días, para que nuestra mente alcance sabiduría” (Sal. 90:12)

Simplemente no podía creerlo, miraba sus manos manchadas por los años y con asombro aferraba su cabeza, donde contados hilos blancos reposaban en el lugar que un día ocupó su espesa cabellera.

¡Es casi un siglo! exclamaba, mientras en un intento desesperado por dar significado al tiempo, se esforzaba por tomar su bordón y poder así dar unos cuantos pasos hacia la ventana.  Allí afuera se hallaba toda su familia, quienes se habían reunido para dar la bienvenida al más joven y pequeño de los González, el frágil Samuel de tan sólo 5 días de nacido…

Todos y cada uno de sus once vástagos se encontraban allí, rodeados de sus cónyuges, de sus hijos, y de los hijos de sus hijos, que al presente ostentaban con honra el título de bisnietos de don Efrén González.  Todo parecía ser alegría en esa casa, a excepción del rostro que miraba a través de la ventana, un rostro apesadumbrado que reflejaba no sólo las arrugas de la piel, sino también las del corazón.

Don Efrén era un anciano de 99 años, con una vida llena de vivencias, de gratas experiencias, de amargos momentos e insondables recuerdos.  Pero ese día en especial, cuando el encuentro con la vida tocó a su puerta, manifestado en la pequeña figura de su más joven bisnieto, una sensación de nostalgia, nunca antes vivida, afloró en su mente y en su corazón.  Era la sensación producida por la remembranza, por el recordar que en algún momento de su existencia, también él había sido tan pequeño y tan frágil como el tierno Samuel, por el desazón de no saber si había hecho lo suficiente con su vida, si había dado lo mejor de sí durante esos casi cien años que sumaba su existencia, por sentirse a las puertas de la muerte y no tener certeza del último balance a presentar: el balance de su vida.

De repente, casi sin darse cuenta, su familia le rodeó en aquella estrecha habitación, y percibió como los brazos del mayor de sus hijos, se extendían hacia él, depositando en sus cansadas manos a su nieto Samuel, alzó la mirada encontrándose con la suya diciendo: “estamos aquí por ti, estamos aquí gracias a ti, porque con tu vida nos enseñaste a ser lo que somos, porque cada día que viviste fuiste una inspiración para nosotros, porque con tu existencia nos enseñaste mucho más que con tus palabras.  Somos los que somos por ti y para ti”. Bajo unos ojos cansados y sobre una piel testigo del tiempo, se deslizó la más diáfana y cristalina lágrima, la que brotaba de un corazón que podía sentirse satisfecho porque ante sus ojos estaba la más clara evidencia de una vida transitada con sentido.  Con una leve pero clara sonrisa, Samuel selló el momento en que la infancia y la senectud dieron fe de su loable existencia. Ya no había ninguna duda, al sostener ese pequeño ser don Efrén simplemente se permitió disfrutar del balance final: una vida de inspiración, una vida de entrega, una vida de sacrificio, en una sola expresión, una vida dadora de vida.

De cuántos balances e informes nos hemos preocupado en nuestras vidas.  Balances financieros, informes de gestión, evaluaciones de desempeño y en fin, un sin número de trámites y documentos que en nuestro día a día ocupan nuestro qué hacer.  Sin embargo existe un balance final, al que todos estamos llamados a responder y del que muy pocos nos ocupamos: El balance de nuestra vida.

Pasados los años y escaseadas las fuerzas, miraremos atrás para tratar de dar respuesta a nuestra existencia: ¿hicimos lo suficiente? ¿vivimos una vida con sentido? ¿cuál es nuestro legado? Las respuestas a estos interrogantes no son más que la cosecha de una siembra que tiene lugar a lo largo de nuestros días.

El mes del adulto mayor debe ser para nosotros una oportunidad de darnos cuenta que envejecer es un asunto de todos, que debemos aprender a asumir esta realidad y que en lugar de evadirla o pretender postergarla, es nuestra responsabilidad sembrar nuestros años de la mejor manera, para así poder disfrutar y heredar a las futuras generaciones, una fructífera cosecha.  De esta manera, cuando llegue el momento de hacer el balance de la vida, poder tener la satisfacción de percibir a nuestro alrededor, las evidencias de una existencia cargada de sentido. 

Detente y pregúntate:

  • ¿Qué quisieras que dijesen de ti las futuras generaciones?
  • Si pudieses viajar en el tiempo y percibirte como un anciano de avanzada edad, ¿qué te gustaría encontrar al momento de hacer el balance de tu vida?
  • Qué significa para ti esta expresión del salmista: “Enséñanos a contar nuestros días, para que nuestra mente alcance sabiduría” (Salmo 90:12)
  • ¿Qué decisiones y/o acciones puedes tomar hoy en tu vida, que te permitan alcanzar esta sabiduría y contribuir con el balance final de tu existencia?
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