“Es que tú me dijiste” “es que tú no hiciste” “es que si tú cambiaras” “fue tu culpa” “me desesperas” “me sacas de quicio” etc. etc. etc. Estas son solo algunas de las inagotables frases que los seres humanos usamos de forma constante para evadir nuestra responsabilidad y depositar en el otro lo que realmente es nuestro.

Esta increíble tendencia que poseemos de poner afuera lo que es de adentro, está terminando con nuestras relaciones, nuestras familias y por consiguiente, con nuestra sociedad. Siempre prestos a la crítica, al comentario, al juicio, al señalamiento, sin darnos cuenta que cuando mi dedo te apunta a ti, son tres los que están apuntando hacia mí.

Hoy quiero invitarte a reflexionar en cuántas cosas has atribuido a tu pareja, a tus hijos, a tus compañeros, a tus amigos, cuando realmente son aspectos que debes trabajar en ti. Desde tiempos antiguos los pioneros del psicoanálisis ya hablaban de esto, refiriéndose al mecanismo de la proyección, que no es otra cosa, que colocar en el otro lo que en realidad es una imagen de lo que hay en mí. El infiel cela a su pareja; el mentiroso no admite el engaño; el de bajo autoncepto presume superioridad, y así nos la pasamos desplazando hacia nuestros semejantes las más oscuras sombras que cargamos en nuestra vida.

Cada que sientas un malestar hacia una persona y/o sus actitudes, en lugar de juzgarla, en lugar de exasperarte, e incluso, en lugar de alejarte, pregúntate ¿por qué esa persona me está generando esto? ¿qué hay en mí que no quiero reconocer y este ser me lo está haciendo visible? ¿por qué no le tolero? o ¿qué es lo que no soporto en mí y lo estoy viendo en él?

A esto era a lo que se refería Jesús cuando otrora dijera:

“¿Por qué te pones a mirar la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no te fijas en el tronco que tú tienes en el tuyo? Y si tú tienes un tronco en tu propio ojo, ¿cómo puedes decirle a tu hermano: déjame sacarte la astilla que tienes en el ojo? Mt 7, 4-5

Mira por tanto hacia adentro y no mires más hacia afuera. Invierte tu tiempo en trabajar en ti, en hacer una versión mejorada de ti mismo, y pide a Dios por aquellos que te rodean, sea tu esposo, sean tus hijos, sean tus compañeros o ese jefe molesto que crees no soportar más, para que ellos también un día puedan llegar al reconocimiento de sus propios troncos. Pero tú, hazte cargo de lo tuyo. 
Si algo te molesta, si alguien te molesta, cierra tus ojos y repítete a ti mismo “no eres tú, soy yo”.

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