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Hoy en día nuestra salud mental se encuentra ante una inminente crisis; nuestra vida psicológica se encuentra debatiéndose entre la vida y la muerte.
Muchos aspectos contribuyen de manera negativa ante esta situación, ellos se van sembrando desde el inicio mismo de la vida y se cultivan a lo largo de nuestra infancia determinando pensamientos, emociones y comportamientos en nuestra vida adulta.
No vale la pena coleccionar heridas sangrantes, sintiendo como se llena nuestro corazón de odio y rencor.
Crecemos cuando aceptamos la realidad y tenemos aplomo de vivirla; cuando aceptamos nuestro destino, pero luchamos día a día para cambiarlo.
Crecemos cuando asimilamos lo que dejamos atrás y construimos lo que tenemos por delante proyectando lo que puede ser el porvenir.
Crecemos cuando se supera, se valora y se sabe dar frutos, cuando asimilamos las experiencias y sembramos raíces en cada proyecto que emprendemos.
La sociedad hoy en día se caracteriza por el gran culto a la juventud y a la inmediatez; querer lucir siempre más joven a quién no le gusta sentir que se tienen las energías suficientes en todo momento. Pero a cambio de qué: de lo más rápido que encuentre; porque hay que estar lindos ya, e incluso como adultos y como padres estamos hasta dispuestos a cambiar nuestro comportamiento, queriéndonos parecer a nuestros hijos, no sólo físicamente sino en su forma de ser: juvenil, desparpajada y hasta irresponsable.
Querer lucir jóvenes, radiantes y tener siempre la disposición y energías suficientes para todo lo que se nos presente nos impulsa a estar saludables, de buen ánimo y a cultivar las sanas emociones, pero no nos hace bien como adultos querer comportarnos como nuestros hijos “para sentir que tenemos su edad.”
Nuestros niños y jóvenes de hoy, no conocen la espera ni la tolerancia, les cuesta comprender que cuando se quiere algo, toma tiempo lograrlo y esto en parte es producto de la inmediatez con que los complacemos, satisfacemos sus más mínimas necesidades y sus más grandes caprichos. Como padres, nos cuesta salir de “la zona de confort” y desacomodarnos para tener que llamar la atención, impartir un castigo o simplemente revisar que todo esté en orden y peor aún: preferimos evitar soportar una pataleta, lo que implica precisamente la satisfacción ultra rápida y absoluta de todos sus deseos.
Cuestionémonos qué tipo de enseñanzas y de mensajes estamos dejando a nuestros hijos, cómo estamos actuando en calidad de padres y qué clase de hijos queremos en el presente y el futuro, sólo así, en medio de pequeños espacios de reflexión como este, saldremos de nuestra” zona de confort”