No te pido que me des un hijo sano, te pido que me hagas una madre fuerte

El día tan anhelado se acerca y con él las voces de ánimo de todas las personas que nos rodean: “No te preocupes, todo va a salir muy bien”. “Estaremos orando para que nazca sanito que es lo más importante”. “Tú eres muy creyente, ya verás que todo será perfecto”. 

Y en fin, pues es a penas normal recibir estos buenos deseos… extraño fuera que te dijeran: “Esperemos a ver que pasa, muchas madres tienen complicaciones en el parto”. O “pues el índice de mortinatos sigue siendo importante, entonces no te hagas muchas ilusiones”. ¡Oh Dios! Ni me lo imagino. ¡Todos queremos lo mejor! Tanto para nosotros como para nuestros seres queridos. Sin embargo, conozco tantas personas que también oraron mucho y el resultado no fue el esperado: un parto prematuro; sufrimiento fetal; una alteración no identificada; una enfermedad post-parto; una condición especial… en fin. ¡Son muchos los casos! Entonces surge la pregunta: ¿fue que Dios no les escuchó? ¿les faltó a caso un poco más de oración o un poco más de fe? No. Creo que la cosa no es por ahí. Creo que el problema es que no hemos sabido pedir bien, y lo que es peor, no hemos aprendido a conocer y a confiar en el Corazón de Dios.

“Si aceptamos los bienes que Dios nos envía, ¿por qué no vamos a aceptar también los males? Así pues, a pesar de todo, Job no pecó ni siquiera de palabra.” Job 2,10

Sin lugar a dudas todo lo bueno, todo lo justo, todo lo bello, todo lo loable, todo lo maravilloso viene de Dios. ¡Y un hijo sí que cumple estas características! Estoy convencida que somos sus hijos, y todo padre quiere lo mejor para sus hijos. Pero también he podido darme cuenta, de que su “visión del mundo” es por mucho, muy superior a la nuestra. ¡Él es Dios! ¿Cómo no habría de serlo? Este versículo que acabo de citar, que hace referencia al muy conocido Santo Job, me parece uno de los apartes más brutales de la Palabra del Señor. Si aceptamos los bienes que Dios nos envía, ¿por qué no vamos a aceptar también los males? ¡Uaoooo! Es impresionante. Quiero repetirlo: ¿por qué no vamos a aceptar también los males? (Suspiro). Ahora bien, momento por favor, no es que Dios nos envíe la enfermedad. No es que “Dios nos mandó esta cruz para castigarnos”. No es, como muchos padres y madres piensan, frente a las condiciones adversas de sus hijitos, “¿por qué tiene que pagar mi hijo por lo que yo hice o dejé de hacer? que me lo cobre a mí, pero no a él”. ¡No! ¡No! !No! De Dios solo proviene todo lo bueno, porque Él es solo bondad. Pero tenemos que ser conscientes que muchas cosas pasan en ocasiones como resultado de nuestras propias acciones erróneas, en otras, como consecuencia de la degeneración de nuestra especie y nuestros genes, en otras, desde una visión teológica más profunda, como consecuencia del pecado en la raza humana (Ro 6,23), y en muchas otras no tenemos la menor idea del por qué suceden (y probablemente en este plano terrenal, nunca tendremos la respuesta), pero lo que sí es cierto, es que Dios tiene la capacidad de sacar el más grande bien, del más horrendo mal. ¡Él es Dios! ¡Él es bueno! ¡Y Él es nuestro Padre! Cuando algo no sale como esperamos, Él sigue teniendo el control, y en su infinita misericordia, incluso aún cuando ha sido por consecuencia de nuestra insensatez, Él se sigue glorificando en medio de la prueba.

“Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito” Ro 8,28

¿Recuerdan a la Madre el día de la Anunciación? ¿Cuál fue su respuesta ante la gran misión encomendada?: “Oh está bien ángel Gabriel, pero dile al Padre que pilas pues, que no me vayan a apedrear los de mi pueblo a penas se riegue el chisme? O “me encanta lo de -será un gran hombre y será llamado Hijo del Altísimo- pero nada de sufrimiento por favor, yo soy a penas una adolescente como para que venga este otro a darme lidia” ¡Noooooo! No pidió garantías, no pidió que José no le fuera a cancelar el bodorio, no pidió que su hijo naciera sano, tampoco pidió un buen parto, ni siquiera pidió un certificado de paternidad por parte del Espíritu Santo para evitarse problemas. ¡No! ¿Qué pidió la Madre? ¡Su perfecta voluntad! ¿Por qué? Porque eso es todo lo que importa.


“Yo soy esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho” Lc 1,38

Dios sabe más que nosotros. Él conoce nuestro pasado, nuestro presente y nuestro porvenir. ¡Él es Dios! Por eso su perfecta voluntad siempre será buena, aún cuando venga disfrazada de prueba, en ocasiones de tristeza, en otras tantas de dolor. Por esto creo que no hemos sabido pedir bien, llevamos siglos y siglos dándole órdenes a Dios y desilusionándonos, hasta enojándonos, cuando estas no se dan, y hemos perdido de vista que Él conoce qué es lo mejor… Y tal vez nos concede no lo que le pedimos, sino lo que realmente necesitamos.

Por eso hoy quiero elevar mi oración, desde lo más profundo de mi ser, no solo por la llegada de mi Juan Andrés, sino por todas las mamitas y papitos que en este mismo momento se encuentran tan ansiosos esperando a sus hijos, o desanimados ante un mal diagnóstico recibido, desesperados quizá en una sala de urgencias mientras escuchan los inconsolables gritos de sus pequeños, o devastados ante la inevitable partida de sus ángeles. Hoy oro por todos nosotros, los que hemos sido bendecidos con el regalo de la maternidad/paternidad, y también por los que llevan tiempo suplicando por esta bendición, para que podamos ir más allá de nuestros deseos, y perdernos en la extrema bondad que emana del corazón de Dios.

No te pido Señor que me des un hijo sano, te pido que me hagas una madre fuerte. Fuerte para entender que mi hijo no es mío, que es tuyo. Que tú eres su Padre y por tanto quieres lo mejor para él. Fuerte para comprender que tienes el inmenso poder de escribir derecho en renglones torcidos, y aún cuando en oportunidades reciba las consecuencias de mis malas decisiones, tú siempre encaminarás para bien todo lo que me pasa. Fuerte para confiar en que lo que se venga será lo mejor para todos, porque tú eres mi Creador, y yo soy tu más amada creación; sabes muy bien lo que estás haciendo. Si en tu perfecta voluntad está el regalarme un buen parto, lo recibo con amor y total agradecimiento; si en tu perfecta voluntad está que mi hijo goce de buena salud, mi vida entera no me alcanzará para darte gracias; si en tu perfecta voluntad quieres prestármelo para verle crecer y formarle en tu amor, me comprometo a dar lo mejor de mí en esta misión, pero si tu camino es otro, y en tu infinita sabiduría purificarás mi fe por medio de la prueba, hazme fuerte para poder sobrellevarlo, para verte detrás de cada golpe que reciba de tu cincel y besar la mano que me forma, recordando que es la Mano de mi Padre. No te pido Señor que me des un hijo sano, te pido que me hagas una madre fuerte. Amén.

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