Nos estrenamos como padres… nos perdimos como pareja

Acabo de leer un artículo cuyo título rezaba algo así como: Cómo mantener viva tu relación de pareja después de convertirte en madre. Sin dudarlo lo abrí para leerlo con voracidad, ya que esto de maternar y paternar trae serios problemas a la relación.

Pero oh sorpresa, cuando encontré cosas como: “dedíquense tiempo el uno al otro”, y me pregunté: ¿cómo carajos lo hacemos si no tengo tiempo ni de lavarme el cabello? O: “mantengan activa su vida sexual”… ¿vida sexual? ¿ah? ¿qué es eso? Otro punto decía: “Diviértanse haciendo lo que más les gusta” ¿pero cómo? si tengo un pequeño que me demanda 24/7. Quedé más decepcionada que motivada después de leer aquellas líneas, y por eso me dispuse a escribir esta nota, que ya había prometido desde tiempo atrás.

¡Somos padres! Aún no logro creérmelo del todo, pero sí, somos padres. En nuestro caso, este gran regalo lo anhelamos, lo buscamos, lo deseamos, lo lloramos, por más de 4 años, llevando sobre nuestros hombros la pesada carga de un diagnóstico de infertilidad.

Probablemente todas las madres digan lo mismo, pero creo que Juan Andrés es el hijo más deseado del planeta tierra y sus alrededores. Ja ja ja. Durante esos 4 años de la amarga espera de la dulce espera, pudimos fortalecernos mucho como pareja, y puedo decir sin duda, que a diferencia de lo que dicen muchas chicas, yo no conocí a mi Príncipe Azul el día del parto; no, el día del parto yo conocí a mi Principito, mientras mi Príncipe Azul cortaba su cordón umbilical. Mi esposo, es por mucho, la persona que más amo en este plano terrestre. Y para acabar de ajustar, pues soy terapeuta de pareja, y me he dedicado por los últimos años, a acompañar, asesorar y motivar a un sinnúmero de matrimonios, a construir un amor a prueba de tiempo y no morir en el intento. Pero se llegó el momento de vivir la que hasta ahora, ha sido la más fuerte crisis de nuestro amor: la maternidad/paternidad.

Días enteros sin dormir. Hormonas enloquecidas haciendo de las suyas. La irritabilidad propia del cansancio y la fatiga. Los miedos internos que emergen como fantasmas. Las familias inocentes que en su deseo de ayudar empeoran el panorama. La falta de redes de apoyo en las cuales sostenerse. La inexperiencia cobrando factura por doquier. Y aquel desconocido puerperio, en el que no te sientes tú misma, y confundida frente al espejo, te preguntas dónde está la mujer que solías ser. Todos estos eran los atenuantes de nuestro matrimonio, cuando meses después de estrenarnos como padres, nos dimos cuenta que nos habíamos perdido como pareja. Todo giraba entorno a nuestro hijo, y era a penas de esperarse, ese ser indefenso, totalmente dependiente de nosotros, nos necesitaba, nos reclamaba, nos absorbía, y paradógicamente, nos separaba.

Bastaban pequeños motivos para formar grandes discusiones. ¿Por qué hablas tan duro si el niño está dormido? ¿No fuiste capaz de pedir la cita con la pediatra? ¿A caso no te diste cuenta que el bebé estuvo en vela toda la noche, y con él, yo a su lado? Y con estos reclamos, que por más que se intentara, no salían en el mejor tono, llegaron los silencios, y con los silencios las distancias, y con las distancias la apatía. Un día me desperté con mi bebé a mi lado, y comprendí, que el espacio vacío de nuestra cama, no solo obedecía a una estrategia pensada para que uno de los dos por lo menos pudiese dormir, sino a la triste realidad que estábamos viviendo: nos habíamos perdido como pareja.

Me cuestioné tanto, cómo podíamos haber llegado a ese punto. Si nuestro hijo fue nuestro sueño más anhelado; si ellos son la bendición más grande del matrimonio; si era la manifestación viva de nuestro amor y nuestra unión, cómo era posible que estuviésemos tan lejos el uno del otro, aún cuando cada uno sostenía una de sus pequeñas manos. Pero era así, esta experiencia estaba excediéndonos y de no hacer algo, terminaría por completo con nuestro vínculo, como suele suceder en tantas relaciones (incluso, cuando ni siquiera los protagonistas se han dado cuenta). Y fue en ese momento cuando recordé, lo que en incontables oportunidades le había enseñado a mis pacientes:

No se olviden, que antes de ser padres, son pareja

Era el momento de recordarlo. Más aún, era el momento de ponerlo en práctica, pero, ¿cómo hacerlo? He ahí la pregunta del millón. Pero gracias infinitas a Dios, y a nuestra gran voluntad y deseo de permanecer juntos, pudimos encontrar nuestras estrategias, y hoy, seguir trabajando en ellas para poder re-descubrir en este regalo de ser padres, la más grande oportunidad de consolidar nuestro amor y llevarlo a otro nivel. Les resumo nuestra travesía, en cinco sencillos puntos:

Tomar conciencia de las prioridades: si tú que estás leyendo esta nota, eres madre, sabrás muy bien entender a lo que me refiero, al decir que el amor que se siente por un hijo, es una cosa de otro planeta. Muchas personas me decían frases como “vas a estrenar el corazón”, “prepárate para sentir el verdadero amor”, “solo sabrás lo que es amar de verdad, el día que mires sus ojitos por primera vez”, y cuando les escuchaba, pensaba para mis adentros: “sí, debe ser una experiencia hermosa”, pero nunca hubiese podido dimensionar la magnitud de este sentimiento. Cuando tienes a tu hijo en tus brazos, te sientes capaz, literalmente, de dar tu vida por él. No hay frontera. No hay límite. No hay medida. No hay palabras que puedan contener la grandeza de este amor. No obstante, nuestros hijos no son nuestros. Son regalitos que se nos dan en calidad de préstamo, para formarles, levantarles, criarles, educarles, acompañarles y finalmente soltarles para vivir su propia vida. ¡Este es el ciclo vital familiar! A quien conservarás a tu lado, en los posteriores años de tu vida, no será a tus hijos, será a tu pareja, y el gran problema de muchos, es que cuando ese temido nido vacío les llega, se encuentran al lado de un completo desconocido que hace tiempo perdieron en el camino. Por eso, lo que en nuestro caso nos ayudó a reencontrarnos como esposos, fue recordar la indisolubilidad de nuestro vínculo, que nuestras manos un día se unieron para permanecer juntas en la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, en la alegría y en la tristeza. Que un día soñamos besar nuestras arrugas y acariciar nuestras canas. Amamos a nuestro hijo ¡claro que lo amamos! pero…

el mejor regalo que podríamos darle a él, precisamente en honor al gran amor que le tenemos, es nuestro amor como pareja.

Entender el momento que se está viviendo: el amor pasa por muchas fases, y esa del amor romántico y pasional tiene su momento, y hay que vivirla al máximo, pero llegado el tiempo necesitamos comprender que , como le enseñaba su pediatra a una gran amiga y a su esposo,


“En este momento la amante cede paso a la madre, y el gran secreto es este: si logras acompañar a la madre ahora que te necesita, la amante regresará, cuando sea su tiempo”. 


Este es el momento de ser padres de un bebé, por tanto, la forma de demostrarnos nuestro amor, en esta etapa de nuestras vidas, tendrá que trascender el romanticismo y la pasión, para centrarse en la ternura, el acompañamiento, la paciencia, la generosidad y el servicio. Y al sembrar por estos días en este terreno, con seguridad cosecharemos grandes frutos el día de mañana.

Hablar de lo que se siente y de lo que se espera: este es de los más complejos, y nos costó bastante dominarlo. Si la comunicación en pareja es difícil en condiciones normales, pues podrán imaginarse lo complicada que puede llegar a ser, en condiciones de crisis. Pero ¿cuál es la clave? aprender a hablar desde el sentir y expresar claramente las expectativas. Cuando el Príncipe y yo logramos hacerlo, fue impresionante ver todo lo que veníamos acumulando por semanas, que terminó convirtiéndose en la causa de esa continua tensión en la que habíamos caído. Yo tenía rabia de que él pudiera dormir cuando yo no lo conseguía; él estaba molesto por el tono con el que le venía hablando; a mí me enervaba que en la noche llegara y me preguntara ¿y qué hiciste en todo el día?; a él le enfurecía que yo lo descalificara por no cuidar al niño como yo lo hacía. ¡Pero ninguno de los dos lo manifestaba! Por lo menos no con palabras. Así que cansados ya de ese desazón, nos sentamos una mañana entera a desnudar nuestro corazón, y hablando desde el sentir, dejando de lado el deseo de enjuiciar o buscar culpables, pudimos expresarle al otro lo que por semanas veníamos acumulando. “Cuando tú haces esto, yo me siento de esta manera”… y acto seguido “y lo que me gustaría que pasara, sería esto”. Expresar el sentir y manifestar las expectativas. (Claro está, que fueron muchos los años de entrenamiento y formación que hemos tenido en el área de la comunicación, así que no está de más, que ustedes que me leen, se decidan de una vez por todas a buscar ayuda profesional). 



Sacar tiempo de donde no se tenga: antes de que me linches, tú que tienes a tu bebé recién nacido y percibes que las 24 horas del día no son suficientes para satisfacer sus necesidades, permíteme decirte que yo también estuve ahí. A la fecha de escribir este artículo, nuestro bebé tiene casi 5 meses, y solo hasta hace pocas semanas atrás, lo dejamos solo con su cuidadora por primera vez. Al principio me sentía la peor madre del mundo; ¿cómo era posible que dejara a mi pequeñito solo, privado de su mamá? Ya me había extraído mi leche, proveyéndole de muy buenas reservas; también había escogido para la misión una persona maravillosa, llena de cariño, paciencia y amabilidad, y que venía relacionándose con él, desde su segundo día de nacido; estaría en su casa, dotado de todo el cuidado y la atención; sin sus padres, sí; sin el insustituible calor de mamá, sí; pero seguro, acompañado, amado. ¡No era una mala madre por querer compartir una tarde a solas con mi esposo! Aunque así mi mente me lo hiciera creer.

En ese momento comprendí, que era preferible que nuestro pequeño pagara ese pequeño precio de nuestra ausencia por dos o tres horas, y no la insondable cuantía de una madre amargada que descargara en él sus frustraciones, y de un matrimonio marchito por nunca haber encontrado el tiempo de reencontrarse.

Descubrir la cruz en el ejercicio de maternar/paternar: y por último el gran quid del asunto. Mi mejor fórmula. Mi mayor estrategia. Mi más grande victoria. Para quienes me conocen, no les resultará nuevo leer que Dios protagonice estas líneas. Y es que en Él, es donde me he hecho fuerte en mi debilidad; en quien he encontrado respuesta cuando el sinsentido lo ha llenado todo; y la maternidad no podía ser la excepción. En noches enteras de sollozos y dolor, cuando mis miedos emergieron y mi mente confabuló en mi contra, en las que con lágrimas en mis ojos sentía que no iba a poder, que esto de ser mamá me había quedado grande, tan solo mirar la cruz me hizo recuperar la esperanza. Era como si el mismo Jesús hablara a mi corazón y me recordara que Él no me permitiría pasar por algo que yo no estuviese en capacidad de sobrellevar. Que esto que estaba viviendo me formaba, me pulía, me santificaba, y que a partir de toda esta experiencia, una nueva mujer se levantaría, con un corazón ensanchado, dispuesto, humilde, servil. Así que dejé de pedirle a mi esposo lo que yo necesitaba, y empecé a darle lo que él sin palabras me pedía. Amor. Amor incondicional. Amor oblativo. Amor misericordioso. Le perdoné en sus desaciertos. Le acepté en su humanidad. Y con aquella oración del Santo de Asís, comprendí lo que era, no buscar ser amado, sino amar.

Este fue nuestro camino, y lo sigue siendo, ya que esta es una carrera de nunca acabar. 

Nos estrenamos como padres, pero nos perdimos como pareja; pero así mismo, fue el inmenso regalo de nuestro pequeño, el que nos impulsó a volvernos a hallar.

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