He reposado esta reflexión durante algunos meses, luego de haber visto la película Encanto de Disney, además de leer y releer muchas argumentaciones en muchas orillas, que resaltan y revelan grandes reflexiones detrás de esta maravillosa película, que entraña la realidad de una familia que lucha y cree en la mejor manera de salir adelante y crecer, cometiendo algunos errores pero nunca perdiendo el norte que implica mantenerse juntos, amándose gracias a las diferencias que subyacen entre ellos.

Me ocupó, en la mayoría de mi atención la figura de Bruno, el tío desaparecido y olvidado de los Madrigal, de quién ya mucho se ha escrito y comentado. No pretendo exponer una idea original, y lo que diré seguro está permeado por lo que otros habrán deducido antes que yo, pero ejerzo mi legítimo deber y derecho de opinar, de contar una historia y sobre todo de apropiarme de lo que considero un gran pretexto, para pensar que sí debemos hablar de Bruno.

Muchos de nosotros en casa, tenemos la historia de un Bruno. Lo innombrable y nunca contado, el secreto a voces sobre algún posible acontecimiento de vergüenza que haya podido ocurrir en nuestro linaje en nuestro apellido, en nuestra historia. Muchos podemos tener en el cuarto del rebujo esa historia innombrable, o persona olvidada y dejada atrás, porque alguna cosa no le salió bien o peor aún, convivimos con él o ella: sabiendo tanto, pero entendiendo tan poco.

Hace unos días, conversando con alguien, que me hablaba del “Bruno” de su familia, pensaba en lo doloroso de algunas historias de silencio y desconocimiento que hemos padecido y cómo a veces en la puerta del cuarto de al lado, en casa, preferimos subirle el volumen al televisor, ante el sollozo sordo de alguno de los de nuestra casa.

Creo, además, que cada persona podríamos tener un Bruno dentro, eso que nadie sabe; eso que preferimos que se borre y que nunca haya existido; eso que a nadie contamos o con lo que luchamos todos los días por tapar y tapar, en los escondrijos del inconsciente.

De ser así, tal vez es la hora de escuchar a ese Bruno que grita desesperadamente a través de nuestros miedos más profundos y de nuestros comportamientos que no sabemos explicar.

 

Para no meter a nadie en líos, me permito pensar en mi Bruno, el que me ha hecho daño y ha herido a muchos, a los que seguramente no podré pedirles perdón, ese Bruno de la prepotencia y de la culpa profunda, ese Bruno que por más que lo intento esconder detrás del personaje que  también muchos de nosotros hemos constituido para suceder en el mundo.

En la película, creo que Bruno era el destinatario de un trabajo difícil, de una tarea ingrata, como la que quizá alguno de nosotros haya podido emprender en algún momento de su vida, y que esa tarea consistiera en decir lo que pensaba y buscar lo mejor para los que te rodean.

Quizá, la verdad de Bruno, no era propicia para el momento que la familia Madrigal necesitaba, cuando reveló sus presagios, el miedo y la sorpresa terminaron por ser su peor censura. Siempre será importante la verdad, pero no todos los momentos son propicios para saberla, y por eso, Bruno fue desterrado al olvido, por ser portador de una verdad que quizá llegó a destiempo, o no fue oída.

Bruno, representa para mí la urgente necesidad de hablar con alguien y sacar del cuarto de atrás eso que nos duele, eso que uno no “atisba” como dice mi querida Elízabeth Guerra.

Sí se habla de Bruno, cuando tengo miedo; cuando no sé qué hacer; cuándo he hecho daño y quiero pedir perdón; cuando he mentido y debo resarcir la verdad; cuándo me han herido y puedo decirle a mi agresor, ve en paz, no me debes nada; cuándo puedo decir con libertad que mis falencias me hacen más proclive a cometer errores, pero que eso no me exime de mi responsabilidad de mejorar; se habla de Bruno, cuando le pongo nombre a mis demonios y dejo de guardar silencio.

Hablemos de Bruno, con nuestros hijos, para que no se guarden lo que sienten; hablemos de Bruno en la Iglesia, y dejar de callar los abusos y desórdenes de algunos, o como alguna vez que le formularon una pregunta a la madre Teresa de Calcuta: ¿Qué cambiarías para mejorar la iglesia? Y ella contestó: me cambiaría a mí misma; hablemos de Bruno, en casa cuando el esposo y la esposa mantienen la tensa calma del “no te digo-no preguntes”; hablemos de Bruno cuando se está acabando el amor, y preferimos salir a “desfogar” con “Pamela y Pamelo”; hablemos de Bruno, cuando sintamos que nos maltratan y dejan de amarnos.

Amé la película, la he visto al menos 4 veces; espero poder terminar de entenderla.

Manuel Puig Durán Gómez

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