Hoy quiero pedirte perdón mamá. Sí, a ti, a ti que me estás leyendo. Quiero pedirte perdón. 

Te pido perdón mamá, porque por mucho tiempo pensé, que el solo hecho de ser psicóloga me acreditaba para decirte cómo debías criar a tus hijos; te pido perdón, porque no tenía la menor idea de que los niños de los libros son muy diferentes a los niños de la vida real. 
Te pido perdón mamá, porque creía que la teoría lo explicaba todo y te juzgué cuando no seguiste paso a paso mis indicaciones; te pido perdón, porque no comprendía que cada niño es un universo y que su proceso, su crianza y su desarrollo, no deben compararse estrictamente con estadísticas y baremos.

Te pido perdón mamá, por todas las veces que me incomodaron los balbuceos de tu hijo en una de mis conferencias y te miré con desdén increpándote con mi mirada el por qué lo habías traído; te pido perdón, porque era tan ignorante que no podía siquiera comprender que los bebés no pueden discernir cuando es el momento de hacer silencio, y que era tan grande tu deseo de asistir, que preferiste hacerlo con él, que perderte de ese espacio.

Te pido perdón mamá, cuando me exasperé en la Eucaristía por el movimiento de tu hijo, y pensé para mis adentros: “dónde está el adulto responsable”; te pido perdón, porque lejos estaba de mí saber, que a tu niño le resulta físicamente imposible quedarse quieto, y que tú tenías todo el derecho de querer vivir junto con él, el amado sacramento.

Te pido perdón mamá, cuando sacaste tu pecho en público para alimentar a tu pequeño, y te miré con asombro juzgándote de falta de pudor; te pido perdón porque no conocía que de tus pechos manaba el más grande regalo que podías darle; que para ello no existían horarios ni lugares, y que taparte irrumpiría en esa extraordinaria conexión de tacto, mirada y sabor.

Te pido perdón mamá, porque muchas veces te juzgué por no asistir a un retiro de fin de semana, “tan solo” porque tu hijo tenía pocos meses; era tan insensata que imaginaba que cualquiera podía cuidarlo y “sustituir” tus brazos y tu calor.

Te pido perdón mamá, porque ante tu proceso de separación, abogué por un tipo de custodia, con horarios y días inflexibles, creyendo que el padre de tu hijo, que un día fue tu esposo, podía simplemente darle al bebé un biberón; te pido perdón, porque desconocía que tu pecho es irremplazable, no solo por tu leche, sino por tu corazón, y en mi afán de ser justa, llegué a cometer la más grande injusticia: privar a un bebito de su mamá, en la etapa en que más dependiente debía ser de ella.

Te pido perdón mamá, por todas las veces que critiqué que durmieras con tu pequeño, y te condené, junto a tu pareja, por practicar el colecho; te pido perdón porque en mi imaginario, los niños debían dormir entre barrotes y no al calor de sus padres, y lejos estaba de mí pensar, que esta era una decisión íntima y personal.

Te pido perdón mamá, por mirarte con asombro cuando descubría que seguías amamantando a tu bebé pasado su primer año; te pido perdón porque creía los mitos que me habían enseñado, pensando que tu leche era agua, y no la más rica fuente de la que él podía beber, aún de forma prolongada, por el tiempo en que tú y él así lo desearan.

Te pido perdón mamá, por haberte enseñado a ignorar el sentir de tu hijo, cuando expresara su frustración en aquellos episodios conocidos como “pataletas”; te pido perdón, porque le di más credibilidad a una teoría desarrollada a partir de roedores, que distan tanto de tu pequeño, y su legítimo derecho a expresar sus emociones. Debí haberte pedido que te pusieras en su lugar, que compenetraras con su sentir, que le permitieras expresar su desazón, aún cuando simultáneamente le enseñaras los límites que esta vida depara. 

Te pido perdón mamá, por haberte transmitido desde la teoría, el gran error de condicionarle el amor a tus hijos, al logro o al buen comportamiento; te pido perdón porque pensaba que los refuerzos y castigos eran la panacea de la crianza, ignorando que tu bebé necesitaba sentirse amado y aceptado de forma incondicional.

Te pido perdón mamá, por enseñarte que tu bebé quería manipularte cuando te llamaba con su llanto; te pido perdón (con lágrimas en mis ojos en este momento) porque era tal mi ignorancia, que no conocía que los niños no lloran por que sí, que su llanto expresa sus necesidades, y que los brazos, el contacto y el afecto, son también una necesidad, y bien perentoria por demás. 
Por todo esto y por muchísimas cosas más, hoy te pido perdón mamá; te pido perdón, porque no sabía lo que era ser madre, porque yo no lo era. Pero hoy, que por milagro de Dios puedo serlo, descubrí que ya no era más la que tenía un supuesto saber, sino la más neófita de las alumnas. Él es mi maestro y yo soy su aprendiz.

Él me ha enseñado que la maternidad no se aprende, se siente. 
Que los libros te aportan, pero el instinto te ilumina. 
Y que, entre los dos, iremos construyéndonos y deconstruyéndonos, en esta diada indisoluble de la que somos partícipes.

Espero que me perdones, mientras yo me perdono a mí misma; y así, perdiéndome cada día en la más pura mirada que mis ojos jamás habrían podido imaginar, escucho desde una sonrisa desdentada, como mi pequeño maestro me dice sin palabras: “lo estás haciendo bien mamita, perdónate tu también”. 
De lo profundo de mi corazón…

Comparte este contenido

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Selecciona la moneda
Peso colombiano