Un tesoro encontrado, mas no disfrutado

Había una vez un inteligente y apuesto joven que, había decidido firmemente encontrar la felicidad al precio que fuera.

Era tal su cometido, que un día rogó a Dios, fervientemente, que le indicara cuál era el camino, a través del cual podría alcanzar esa felicidad tan anhelada. Era tal su deseo, y tan sincera su oración, que el Buen Dios le envió un ángel para darle detalladas instrucciones.

-Esta felicidad que tanto anhelas, es sin duda un tesoro- le dijo el ángel.

-Por tanto, como el tesoro que es, será tu deber encontrarlo, cuidarlo y conservarlo-.

-Pero ¿dónde y cuándo será esto? – Le preguntó ansioso el joven.

No tan fácil muchacho, no tan fácil. Solo puedo decirte que debes buscarlo con atención, y el día que lo encuentres, será tu responsabilidad cuidarlo con tu propia vida-.

– ¿Y si no lo encuentro? Replicó con desesperanza-.

-Yo de ti no estaría tan preocupado por encontrarlo, sino por saber disfrutarlo-. Le exhortó el ángel. -Pero para tu tranquilidad, quiero que sepas que lo encontrarás. Más pronto de lo que imaginas, lo encontrarás-.

-Mmm… Y eso que dices de cuidarlo con mi propia vida… qué implicación tiene. A caso, ¿habrá alguna consecuencia si no lo consigo?

-Tú, cuídalo. Solo cuídalo. Le dijo el ángel antes de marcharse en un resplandor de luz.

Y fue así como este decidido joven, comenzó su búsqueda. Empezó a recorrer pueblos y aldeas con el firme propósito de encontrar su tesoro. En su cometido, halló una virtuosa mujer, que no dudó en hacer su esposa, pero ni su condición de hombre casado le hizo desistir. Si bien, la amaba, ella no debía convertirse en un obstáculo para conseguir su sueño: la tan anhelada felicidad. Y además, ahora urgía encontrarla con mayor razón, para así poder compartirla con ella.

Así, que pasada tan solo una semana del bodorrio, partió a tierras lejanas para continuar su búsqueda.

– ¡Pero estamos recién casados! protestó su esposa ante su partida.

-Ya tendremos tiempo para nosotros mujer- contestó él en su defensa. -Pero primero, tengo que encontrar mi tesoro-.

Buscaba y buscaba, con empeño y obstinación, pero aquel tesoro le resultaba esquivo.

-Pero si el ángel dijo que pronto lo encontraría-musitó en su correría. – ¿Qué es lo que estoy haciendo mal? -.

De tanto en tanto regresaba a su casa, y allí estaba su esposa, expectante como siempre, feliz de verlo volver, aunque no podía disimular su incomodidad por su ausencia.

– ¿Y si lo buscamos juntos? – exclamó ella, en un intento por acortar la brecha que cada día los separaba más.

-No seas insensata mujer, solo me estorbarías y retrasarías mi camino-.

– ¡Pero me siento sola! Nunca estás en casa y cuando regresas, pasas tu tiempo todo atareado, planeando tu próxima correría, que ni siquiera me determinas-.

-Ya tendremos tiempo para nosotros mujer. Primero tengo que encontrar mi tesoro-.

Una vez más partió, ahora por un tiempo más prolongado. Y en cada regreso, ante el más mínimo comentario de ella, resonaban las ya conocidas palabras: -Ya tendremos tiempo para nosotros mujer. Primero tengo que encontrar mi tesoro-.

-Pero sueño con tener hijos-.

-Ya tendremos tiempo para nosotros mujer. Primero tengo que encontrar mi tesoro-.

– “Pero anhelo que decoremos nuestra casa”.

– “Ya tendremos tiempo para nosotros mujer. Primero tengo que encontrar mi tesoro”.

– “Pero…”. Pero nada. Día tras día. Mes tras mes. Año tras año. Las ausencias se hacían cada vez más prolongadas. Las distancias más extendidas. Los silencios más profundos.

Y fue así como, quien había sido aquel inteligente y apuesto joven, se había convertido ahora en un decrépito y amargado anciano que, al seguir empecinado en encontrar su tesoro, ni siquiera se había percatado del notorio deterioro de su esposa, a quien, en los últimos años, una mortal enfermedad, había consumido. En una oportunidad trató de decirle, de contarle lo que el médico del pueblo le había descubierto. Pero bastó con pronunciar las palabras: – “Tenemos que hablar”. Para que inmediatamente él replicara:

– “Otra vez con tus cosas mujer. Cuántas veces te he dicho, que ya tendremos tiempo para nosotros, pero primero tengo que encontrar mi tesoro”.

Silencio. Tristeza. Distancia. Soledad. ¿Qué más podría hacer esta mujer sino esperar? Se casó con un hombre que le aseguró que a su lado encontraría la felicidad, pero ¡qué difícil es ofrecer a otro, aquello que nosotros mismos no hemos encontrado! Así que esperó, esperó y esperó, hasta que la vida no se lo permitió más.

Frustrado, ante la tumba de su esposa. Con envejecidas y gastadas manos, dando puños contra su lápida, increpó al cielo el porqué de esta desventura.

– ¡Dijiste que lo encontraría! ¡Más rápido de lo que pudiese imaginar, dijiste! Y ahora mírame aquí, decrépito y envejecido, llorando la pérdida de mi ser más amado. ¿Te diviertes acaso con el dolor de los hombres? ¿Fue esto solo un juego, en el cual he resultado el más fútil perdedor? ¿Dónde está mi tesoro entonces? ¿Ese que busqué y busqué, esperando un día disfrutarlo al lado de ella? –

Sus lágrimas bañaron la tumba y al instante el ángel apareció. Señalando el sepulcro, donde yacía sin vida el cuerpo de su esposa, le dijo:

-He ahí tu tesoro insensato. Que rápido lo encontraste y qué poco lo disfrutaste. Bien te dije, que pagarías con tu vida el hecho de no cuidarlo-.

Cuantas veces desperdiciamos nuestra existencia en búsqueda de aquello que nos hará “verdaderamente felices”, ignorando que probablemente lo tenemos en frente. Aplazamos el vivir, creyendo que la vida la tenemos comprada. Negociamos lo verdaderamente importante, por lo irrelevante, pasajero y efímero. El día es hoy, tu felicidad es ahora, tu tesoro son los tuyos. Re-encuéntralos. Cuídalos. Disfrútalos.

Si tú deseas tener herramientas para cuidar y disfrutar de tu más valioso tesoro te puede interesar nuestro encuentro de parejas De Corazón a Corazón.

Comparte este contenido

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Selecciona la moneda
Peso colombiano