“…La demanda judicial  adolece de vicios, que la afectan…” Esa fue una de las primeras enseñanzas  que se cruzó en mi camino cuando recién iniciaba mis estudios de derecho procesal, entendí entonces  por boca de mi profesor de la época de nombre Justo Pastor, – gran hombre- que una demanda  legal  imperfecta, mal elaborada, mal sustentada,  está afectada de vicios que impiden su valoración por parte del juez, luego hay que corregirla,  enmendarla. De no hacerlo, el fracaso es inminente.

Por la época en que aprendía el contenido de la demanda, enfermé seriamente de la garganta y por las fiebres reumáticas de las que adolecía fui llevada al quirófano para que se me practicara una amigdalotomía, lo que me alivió de un tajo.

Desde entonces aprendí que lo que adolece de algo es aquello que tiene defectos, que es enfermoso,  y si no es capaz de solucionarse, como mis amígdalas hay que extirparlo.

Hoy con mis años adultos, soy madre de tres hijos, uno ellos, Daniel de 15 años a quien la sociedad llama adolescente y yo quiero llamar simplemente hombre joven.

Sé muy bien que Daniel ya no es un niño, que su cuerpo creció y que su mano ya es mucho más grande que la mía. Sé que está repleto de energía, que atraviesa la piscina de un lado a otro en un santiamén, que tiene su cerebro lleno de ideas brillantes y su corazón repleto de sueños por cumplir;  él me ha enseñado a operar mejor el ordenador y a utilizar algunos juegos de mi teléfono móvil. Daniel corrige mi pronunciación de Inglés, me enseña portugués, me hace reír con solo oír sus risa y me regala, cuando está de humor, abrazos que aunque cortos me llenan de felicidad de saberme estrechada por mi joven hombrecito.

Esta es la edad en que los muchachos y las jovencitas  crecen y se embellecen, también es la edad en donde escogen las profesiones con las que le servirán a la patria y la época en que se traban las más hermosas relaciones de amistad; es en suma la etapa que bien o mal administrada dejará  huellas profundas en el hombre y la mujer adultos.

Escucho sin embargo, muchos conceptos horrorosamente equivocados, que adolecen de razón que indican que la adolescencia, coincide con el período en que se adolece de madurez o discreción de juicio, lo que no es sensato,  pues, todos son excepción; en alguna situación de la vida adolecemos de alguna habilidad que nos conlleva al fracaso. 

La adolescencia es, en otras palabras, la transformación del infante antes de llegar a la adultez, transformación que implica cambios, pero que no constituye una enfermedad ni una carencia. 

Nunca he visto una tarjeta de invitación a fiestas de quinces (muchas por esta época), en las que inviten al adolescente Daniel, -¡me aterraría leer una marcada de esa forma!- ; por fortuna ha habido sensatez  y convidan a la parranda al joven Daniel, y ese hombre joven el que acude y baila sin parar y casi siempre embolata la corbata acabada de alquilar.

El común de la gente no sabe cuándo empieza y cuando termina la adolescencia… el común de la gente tiene en su imaginario que los adolescentes adolecen.

Ante tal equívoco y por el profundo respeto que esta hermosa parte de la población me genera insisto en que los adolescentes ni son enfermos ni son carentes de algo sino que son simplemente hombres y mujeres jóvenes sujetos de derechos; son ellos los inmediatos futuros administradores de los destinos de la patria. 

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