Sí, invertí hace un par de semanas el tiempo de verme de principio a fin, la mencionada y comentada serie coreana El Juego del Calamar; las reflexiones no se hicieron esperar.

Durante los espacios de almuerzo en la oficina con mis compañeros, en redes sociales, en fotos, en memes, en la radio, en la televisión, todos hablan de la serie, inclusive sin el más mínimo pudor de los spoilers que pudieran generar, para quienes (como yo) no la habían visto luego de su estreno el 17 de septiembre de este año, en la plataforma de televisión por demanda Netflix.

Este texto no pretende ser una crítica de televisión, o menos aún, un comentario de un experto en series, si bien una que otra me gusta y las veo con regularidad, lo cual no me titula como un crítico de medios, solo escribo como un televidente promedio.

Lo primero que tendría que decir, es que me causó muchísima atención la realidad detrás de la serie. En comentarios de medios de comunicación, escuché que la realidad económica en este país asiático, responde a una complicada situación para los ciudadanos coreanos, que padecen una álgida carga financiera por sus deudas, por decir lo menos, un alto porcentaje de los habitantes de este país tienen serias dificultades económicas y dificultades con las deudas que los ahogan, y el sistema económico de esta región puede colapsar.

Los personajes, a mi parecer, encarnan las típicas realidades que pudiéramos encontrar en Seúl, Medellín, Bogotá, en cualquiera de nuestras esquinas. Todos conocemos la historia de algún solterón que vive con su mamá a la cuál explota y se aprovecha, todos sabemos que existen los malandros de cuadra que determinan el ritmo criminal de sus barrios, vemos de lejos a las élites que sabemos dónde viven y cómo funcionan, entre otros; la serie plasma todos esos rostros sociales.

Otro de los grandes interrogantes que me aborda, es que el contenido de la serie es evidentemente restringido para adultos, por todo lo que implican las escenas de muerte, corrupción, lenguaje y a todas vistas un ambiente no propicio para niños; la inquietud se me agudizó, dado que el pasado día de los disfraces y en comentarios de aquí y allá, vi a muchos niños con los trajes alusivos a la serie, lo que demuestra que muchos menores de edad, han accedido de forma directa o indirecta a este contenido, ¿y los adultos y cuidadores? Los niños, niños son, ¿son conscientes de lo que hay detrás?

“Ay Manuel, no pasa nada”, comenzarán algunos a opinar (y lo agradezco) pero un inocente juego infantil, tal y como lo plantea la serie, puede convertirse en un acto macabro y peligroso si no le ponemos atención, como niños, o como adultos.

Veo en la vida y en la cotidianidad, la necesidad de aprender en qué consiste el juego, de qué van las reglas de un mundo que ignora la justicia y la bondad con el otro, para resumirlo todo en lo que enseña o inculca el consumo. La serie me enseñó, que para muchos el “juego” era más sostenible que la vida misma, donde nada valdría la pena, donde al menos la motivación del premio mayor, exaltaría los anhelos más íntimos de superación, sin importar el precio para obtenerlo; muchos viven así, intrigando y buscando qué provecho sacarle a la vida a costa de los demás; el resto de nosotros, seguramente perderíamos en alguna de las pruebas.

Me asusta de la serie, que se confunde la pericia con la trampa. Se traza (como en la cotidianidad) una delgada frontera entre la creatividad para resolver los retos diarios, con la sutil subversión de la norma. A alguien tocará engañar en algún momento, hasta que uno aguante el límite de lo honesto, si el objetivo es ganar a toda costa; o, dicho de otra forma, pierde el que al menos (una vez) no se regale la licencia de romper la norma.

Amigos, seamos sinceros. Todos nos hemos pasado algún semáforo en rojo, nos hemos colado en alguna fila, algún pastelito usamos para el examen del trinomio cuadrado perfecto, dijimos alguna mentira para escapar a un compromiso; hemos jugado en la vida, con las reglas a favor y en contra y hemos tratado de salir avante; la lección ¿Cuál es? Así suene incoherente, detesto a los tramposos, aún cuando yo he sido tramposo alguna vez.

No sé en qué etapa del juego te encuentres, si estás corriendo por sobrevivir, si estás detenido esperando el momento adecuado para actuar, si estas en el inicio o en el final, si vives o sobrevives, si avanzas o quizá retrocedes por las decisiones que tomas, lo que alcanzo a deducir que al menos estás jugando, y hasta que no te “eliminen”, hay chance.

Me molesta la tendencia de algunos a ser esos VIP, que controlan, que se consideran adalides de la moral, que la máscara no es ni siquiera necesaria y su incoherencia es cruda y frontal, mientras tanto la autenticidad pasa de moda, ya no asusta la mentira.

La serie, me deja más preguntas que claridades (además de la posibilidad de una segunda parte, que seguramente veré) me interroga y me pone en situación, pensando hasta dónde, este mundo actual se volvió un juego con las reglas en contra y muy poco por vencer.

Yo creo en la esperanza, a veces cuesta, pero creo que se puede ver a los ojos, reconociendo el error cometido y tratar de resarcir, en una búsqueda de la felicidad que sin apremios, nos permita al menos entender la realidad tal y como esté sucediendo para, desde ahí, emprender la tarea de transformarla, agradeciendo y buscando levantar a otros. En un juego con pocas reglas, donde la única regla sea la felicidad. ¡Muévete , luz verde!

Por Manuel Puig Durán, Coordinador de Comunicaciones y Marketing, Clínica Para La Familia.

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