Nuestra condición humana es proclive a la vulnerabilidad. Muchas veces somos débiles, nos agotamos. De tanto en tanto la depresión y, su prima la ansiedad, pueden llegar a nuestra puerta a tocar, para buscarse un lugar en nuestro corazón; a veces es la pérdida de un ser querido o una quiebra económica; en otras oportunidades es simple y llano cansancio.
Una de las razones por las cuales el libro de los Salmos se convierte en una fuente inagotable de fuerza e inspiración, es porque exhibe la conversación continua de un corazón humano rendido ante la misericordia de Dios. El Salmo del día de hoy (Salmo 30 ó 31 en algunas versiones) es un pleno reflejo de esto. El Salmista grita su agonía, le habla a Dios desde el dolor más profundo de su corazón:
«Señor, ten compasión de mí… el dolor debilita mis ojos, mi cuerpo, todo mi ser. ¡El dolor acaba con los años de mi vida! ¡La tristeza acaba con mis fuerzas! ¡Mi cuerpo se está debilitando!» (v. 9-10)
Quienes hemos pasado por un episodio depresivo en nuestras vidas podemos saber muy bien de lo que él está hablando. Pero… ¿cómo es posible? ¿El gran hombre de Dios? ¿Aquel conforme al Corazón del Padre sintiéndose así? Pues sí. Así se sentía, como lo hemos hecho muchos de nosotros. Pero él, a diferencia nuestra, no se quedó allí, fue más allá y busco refugio en el Único capaz de liberar un corazón atado por las cadenas de la depresión:
«Pero yo, Señor, confío en ti; yo he dicho: ¡Tú eres mi Dios! Mi vida está en tus manos» (v. 14). «En mi inquietud llegué a pensar que me habías echado de tu presencia; pero cuando te pedí ayuda tu escuchaste mis gritos» (v. 22)
Hoy personalmente Dios habla a mi corazón y me recuerda que nuestra condición humana es proclive a la vulnerabilidad. Muchas veces somos débiles, nos agotamos. De tanto en tanto la depresión y, su prima la ansiedad, pueden llegar a nuestra puerta a tocar, para buscarse un lugar en nuestro corazón; a veces es la pérdida de un ser querido o una quiebra económica; en otras oportunidades es simple y llano cansancio. Pero la respuesta de Dios siempre será la misma:
«Sed fuertes y valientes de corazón los que esperáis en el Señor» (v. 24).
Fuerza, valentía y espera. Es todo lo que necesitas. Fuerza para comprender que Dios está por encima de tus circunstancias; valentía para luchar con todas tus fuerzas para salir del foso y espera para dejar a Dios hacer por ti, lo que tú no puedes por ti mismo.